Vivimos en la sociedad de la velocidad y el movimiento. Todo evoluciona y se transforma tan rápidamente que nos hemos acostumbrado a un permanente estado de temporalidad, a una especie de levitación vital a la espera de la siguiente actualización. Es el signo de los tiempos. El medio (en este caso Internet y el flujo imparable de información que nos desborda) se ha convertido en el mensaje, siguiendo el famoso aforismo del científico y teórico de la comunicación Marshall McLuhan. Todo cambia y nada permanece, como diría el filósofo griego Heráclito. Sólo que ahora la transformación ocurre de forma inmediata.
La movilidad es una de las grandes tendencias del siglo XXI, en que las ciudades se han configurado como las grandes mecas del conocimiento y del intercambio humano. A pesar de la sacudida que ha supuesto la primera pandemia en un mundo verdaderamente globalizado, los desplazamientos son imparables y constituyen un reto para la gobernanza de los territorios y para la salud del planeta. Por movilidad se entiende el conjunto de desplazamientos, de personas y mercancías, que se producen en un entorno físico. Cuando hablamos de movilidad urbana nos referimos a la totalidad de desplazamientos que se realizan en la ciudad. Estos desplazamientos son realizados en diferentes medios o sistemas de transporte: coche, transporte público… pero también andando y en bicicleta. Y todos con un claro objetivo: el de salvar la distancia que nos separa de los lugares donde satisfacer nuestros deseos o necesidades.
La movilidad del futuro está fuertemente vinculada a la sostenibilidad y al cuidado del medioambiente. En este ámbito las ventajas que ofrecen las comunicaciones 5G son cruciales. El vehículo conectado permanentemente con su entorno (vía, semáforos, otros vehículos, etc) redunda en una movilidad segura y eficiente. Se trata de un futuro cada vez más cercano que será posible entre otros factores por la baja latencia que garantiza el 5G, reduciendo a prácticamente a cero el tiempo de respuesta frente –por ejemplo– a una posible colisión.
La tecnología MEC (Mobile Edge Computing), más conocida como computación en el extremo de la red, supone un salto cualitativo que van a permitir acelerar la llegada del coche conectado y autónomo. La idea es sencilla. Se trata de disponer de los recursos (almacenamiento, bases de datos, procesado de información) cerca de quien los va a necesitar, evitando así que los datos tengan que viajar a un servidor lejano (“la nube”). Así se reduce la latencia, se descargan las redes principales de tráfico innecesario y se evitan pérdidas de información en el caso de saturación.
Las posibilidades son enormes. La industria del automóvil se prepara para el cambio de paradigma que revolucionará el sector y que nos hará vivir un nuevo concepto de movilidad. Los fondos europeos Next Generation EU pueden actuar de catalizador. Las ciudades deberán rediseñar todos sus sistemas de transporte público para entrar en esta nueva era. Podremos ver autobuses, tranvías y toda clase de plataformas de movilidad autónomas que sincronizan su itinerario con lo que ocurre en el exterior, asegurando al pasajero la máxima seguridad y confort. La velocidad en procesar los datos también nos va a cambiar la vida en los desplazamientos. Hay que estar preparados.